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- 21 Noviembre 2012
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En una furiosa comunicación por medio de las redes sociales, el humorista nacional conocido como “Bombo Fica” manifestó su profundo malestar por la situación ocurrida con un chofer de la locomoción pública que habría sido objeto de una sanción por haber agredido físicamente a su asaltante.
De acuerdo a información brindada por las propias redes sociales, la situación relatada por Bombo no fue efectiva. Un detalle de todos modos, cuando lo que se desea es vehiculizar una bronca acumulada, un malestar incombustible hacia los abusos representados de múltiples formas, y encarnados en esta ocasión en la clase política, “aquellos zánganos que no hacen nada” según el lapidario juicio del humorista.
Es el tiempo del malestar. Es el tiempo delBombo Ficaespantado frente a una muestra de la ineficiencia del sistema judicial. Qué importa que la información que inspiró su denuncia sea falsa¡¡¡ Lo que importa, lo que nos importa, es tener un buen argumento para gritar nuestra bronca, para manifestar a quien quiera oírnos la rabia que tenemos, la impotente rabia.
Y sin embargo, no nos confundamos: el malestar y la rabia no necesariamente son el anticipo de la emancipación. Ni siquiera pueden ser vistas como un buen augurio, como el anuncio de una modificación de nuestras condiciones de vida a corto o mediano plazo, ni menos como la plataforma desde la cual podrá, al fin, organizarse una fuerza capaz de poner las cosas en su lugar en este Chile plagado de desigualdades e injusticias.
Históricamente, experiencias en las que el malestar ha derivado en la consolidación de proyectos conservadores –muchos de los cuales han dejado las cosas peor a como estaban- hay muchas. Basta con mencionar el sorprendente crecimiento de la candidatura de Joaquín Lavín y su “cosismo” durante una coyuntura socio-política signada por el malestar y la desafección, o el surgimiento de Berlusconi como una figura outsider convocante por su distancia frente a una clase política devastada por escándalos de corrupción y financiamiento ilegal, o la resurrección de Ibáñez y su “escoba” en el Chile de los cincuenta.
Las experiencias de Fujimori en Perú, de Menem en Argentina, del mismo Trump en EEUU o de las variopintas ultraderechas xenófobas de Europa muestran de qué manera el malestar social es un significante vacío cuya connotación y sentido depende de la forma en que políticamente sea procesado: ¿es el malestar resultado de las injusticias sociales o del espíritu avaro de los políticos?; ¿es la política una actividad esencialmente funesta que ha de ser desterrada para librarnos de sus males?; ¿quiénes son los culpables de nuestras desgracias?; ¿son los ricos, los poderosos, los negros, los inmigrantes o, como al parecer lo cree nuestro Bombo, los delincuentes y los zánganos políticos?
Como vemos, el malestar no es un dato que necesariamente pueda convocarnos al optimismo. Una sociedad que manifiesta su rabia y expresa a los cuatro vientos su malestar no necesariamente es una sociedad “que ha abierto los ojos”. A lo sumo, es síntoma de una disposición a colocarse nuevos lentes para mirar aquello que antes no miraba. Y es que, en definitiva, el malestar social corresponde a una disposición, una energía social cuya traducción política no se encuentra escrita a sangre y fuego, por lo que bien puede derivar en la generación de procesos micro o marco emancipatorios, en germinación de liderazgos y proyectos conservadores o en la más pura y simple mantención del status quo. Y ello, claro está, depende de la política. De la denostada política.
Escrito por Carlos Durán
http://www.eldesconcierto.cl/debates-y-combates/2016/03/16/el-inefable-malestar/