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- 23 Mayo 2006
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Android: una ida y una vuelta
Recuerdo cuando el año 2012 me compré mi flamante teléfono tope de línea, recién salido de horno: un Samsung Galaxy S3. Ya nombrarlo era sinónimo de estatus, cualquier usuario con un móvil así podría casi conquistar el mundo o al menos eso era lo que uno pensaba al ver el marketing de Samsung.
Como cabro chico con zapatillas nuevas, era el tipo más feliz del mundo, maravillado con un teléfono lleno de poder, de pantalla tan amplia, brillante y un sinfín de funciones y aplicaciones. Era casi como tener la Espada del Augurio o la de He-Man en las manos. Funciones que detectaban mi mirada en la pantalla, podía compartir archivos solo con acercar dos teléfonos, mandar multimedia a la tele y tantos chiches novedosos. También venía cargado con un montón de aplicaciones que, esperen, no servían para mucho: juegos demos, aplicaciones que de no comprarlas full no hacían nada útil, otras que simplemente no tenían ninguna función importante en fin, lleno de cosas que nunca usaría.
Lo peor de todo, es que no podía liberar mi equipo de ese uso de recursos sin sentido, pensando que todos esos servicios me comían la batería, mi RAM y mi espacio (gracias por dejarnos esa paranoia, querido Windows). Android 4.0.4 (ICS) parecía poco depurada, el teléfono se sentía pesado y lento con el tiempo de uso. Las aplicaciones preinstaladas eran imposibles de quitar, por lo que estaba malgastando parte del poder de mi teléfono en software inservible. Me sentí levemente estafado y algo decepcionado, era como comprar ropa nueva pero ser obligado a usarla con la etiqueta colgando. No cuadraba. No me sentía a gusto.
Investigando, llegué a un concepto oscuro, peligroso y que se resumía en cuatro letras: ROOT (sí, no eran las cuatro letras que pensaron en un principio). De acuerdo a la diversa y vaga información disponible, me di cuenta que podía aplicar ROOT a mi teléfono y eso me permitiría eliminar todas aplicaciones basura y tener más poder disponible para no sé, instalar otras aplicaciones que pudieran servirme.
LA ELECCIÓN
Luego de leer y releer todas las guías y materiales que encontré, bajé todas las aplicaciones necesarias que me permitirían aplicar root al teléfono y cumplir mi misión. Lleno de pánico, me senté y comencé. Y de verdad era pánico, porque en todos lados decían que de hacer mal el proceso, corría el riesgo de que mi arma nuclear se transformara en un simple ladrillo, inutilizable, una sable laser sin ¿batería?. Le pedí a los dioses (curiosamente, la aplicación se llamaba Odin) que intercedieran ante mí para que no me cortaran la luz, para que mi madre no encendiera el microondas y la plancha al mismo tiempo; cargué el teléfono hasta que la batería brillara de carga al 100%, conecté el teléfono al PC, presione con seguridad y manos sudorosas las 3 teclas mágicas y PUM!, me tomé la pastilla roja que me ofreció Morfeo. Silencio. Dos segundos que fueron eternos: el teléfono estaba roteado. Welcome to the real world.
Caminaba por las calles de Santiago con la frente en alto, el pecho inflado, con paso confiado y una sonrisa de oreja a oreja, esperando que alguien me reconociera y me saludara con respeto y admiración: había logrado un proeza, mi teléfono era libre y su dueño, un tipo orgulloso de su hazaña.
Mi nuevo teléfono funcionaba impecable, lo sentía hasta más liviano y daba gusto navegar por la caja de aplicaciones sabiendo que todas las alimañas que me acechaban ya se habían ido: yo las había eliminado. Me devolví al foro que me había llevado la verdad y que me había mostrado la belleza de sentir más poder aún en mis manos. Me registré para agradecer la información encontrada y mientras navegaba distraídamente entre sus páginas, me encontré con algo más interesante aún: las CUSTOM ROMs.
EL CALLEJÓN
Una vez estuve en Venecia. Una ciudad maravillosa, aunque suene cliché. De verdad es mundo aparte, paralelo al nuestro. Una magia la inundaba e iluminaba, era tan distinto a lo habitual que me dejó sorprendido. Una noche, salí a caminar por sus calles. Al ser tan angostas y tan altas, abundaba la penumbra y la humedad en el aire, lo que le daba al ambiente una atmósfera incluso siniestra, totalmente contraria a lo que percibes durante el día, lleno de turistas.
Al final de uno de esos pasillos y con toda la intención de devolverme, vi un sector más iluminado. Sintiendo un poco de alivio, caminé hacia adelante con seguridad para encontrarme con una pequeña plaza, que solo contaba con una pileta y un faro. Nada más. Debe haber sido un espacio de no más de 100 metros cuadrados, iluminado por esa única luz y la de un local abierto en un rincón de ese húmedo cubo. Fue toda una sorpresa, ya que solo algunas casas dejaban ver algo de luz que salía por las rendijas de sus persianas. Como un hombre perdido y sin pensarlo mucho, caminé hacia el local que desde la distancia y a todas luces, era un bar.
Al acercarme, noté que era un espacio muy pequeño, poco iluminado y solo tenía algunas mesas y una barra. Había cerca de 15 personas adentro que ocupaban casi la totalidad del espacio, excepto por una mesa desocupada por aquí y por allá. Al entrar, me asusté. Cuando uno entra a un bar en Chile, la gente suele ignorarte o sonreírte, lo que su nivel de alcohol en la sangre dicte, pero nunca mirarte como aquella vez, con extrañeza y recelo. Más que haber entrado a un bar, me sentí como sorprendido robando en la casa de un desconocido. Como ya había abierto la puerta, era una tontera alejarme: no me quedó otra que entrar. Me senté en una de las mesas y se me acercó la que parecía ser la única persona que atendía el lugar, con la misma mirada extraña en su rostro. Solo atiné a decir birra scura?, el cantinero se fue sin decir nada y volvió unos minutos después con una jarra como de litro y medio de cerveza negra. Debe haber pensado a este extranjero me lo cago.
De esa forma me sentí navegando por ese foro, era atemorizante ver todo lo que pasaba en el submundo de los sistemas operativos Android: una sección dedicada a mi teléfono y a muchos otros, dentro de ella habían muchas clases de ROMs, todas advirtiendo que funcionaba esto pero no aquello, hablando de riesgos, cuelgues, reinicios, fallas y tantas cosas. Y además kernels, hacks y más cosas aún. Todo había que hacerlo convivir en tu propio teléfono, para lo que había muchas guías y consejos, pero también muchas dudas. Y si tenías los huevos para entrar a ese bar, no era llegar y salir porque cambiar el SO del teléfono era una tarea complicada en esa época.
Era imposible adivinar lo que pasaría, porque todo era una ecuación en la que nadie te aseguraba un resultado favorable. Al menos a Neo, le ofrecieron una sola pastilla, a mí me estaban dando la segunda. Pero después de la tercera jarra de birra scura, entre ponerle y no ponerle, mejor ponerle. Y si, fueron tres jarras, pero esa es otra historia.
LA CAÍDA
Cyanogenmod, ParanoidAndroid, Resurrection Remix, Temasek, Boeffla, Arter97 y Archikernel son solo algunas de las ROMs y kernels. Eso multiplíquenlo por las distintas versiones que van saliendo de cada una en la medida que realizan ajustes o corrigen errores, en algunos casos una vez por semana. Y ese resultado, multiplíquenlo con cada versión de Android: Ice Cream Sandwich, Jelly Bean, Kit Kat y ahora Lollipop. El número de combinaciones crece al infinito.
El pobre teléfono ha sido flasheado cientos de veces, buscando la mejor combinación de estabilidad, duración de batería, funcionalidad e incluso sonido. Los resultados han sido variados, en general todo funciona, pero algo no. O vas por un excelente camino, con la performance de tus sueños y… la siguiente actualización arruina todo. Restart. Format. Install.
Durante una de esas flasheadas, el teléfono dejó de reconocer la tarjeta de memora externa. Como de costumbre, la nueva actualización de la ROM me debe haber generado algún problema, así es que volví atrás, reinstalé todo como de costumbre y funciono. Por un rato. Pensé que podía ser la tarjeta, pero otros teléfonos la leían correctamente. Como no tenía un adaptador para formatear la tarjeta como dios manda, se me ocurrió un genial idea: terminé poniendo la ROM original de mi querido y prostituido S3: la misma ROM que venía de fábrica, con logos de operador y todos su bloatware. Esta vez, estaba probando Jelly Bean (4.3), la última actualización que lanzó Samsung para mi teléfono, hace algunos años.
Fue nostálgico volver a ese momento hace 3 años, cuando sin experiencia comencé a meterle mano al teléfono. Esta vez, solo le hice root para eliminar las aplicaciones basura y poder cambiar la resolución del teléfono para que su interfaz sea más pequeña y cómoda: el exagerado tamaño de Touchwiz es molesto.
Llevo varios días usando el teléfono y ¿saben qué?: siento que fue entretenido instalar todo lo que se antojó, pero a la larga siento que no pude conseguir nada a favor: la performance que logré volviendo al inicio (casi, porque pasé de 4.0.4 a 4.3) es la mejor que he tenido. Siempre busqué mejorar la experiencia con el teléfono o la novedad del sistema operativo de turno, pero a la larga ha sido insatisfactorio. Los equipos de personas encargados de mantener esas versiones adaptadas a mi teléfono hacen un excelente trabajo, pero nunca he logrado que algún plus me haga quedarme en la versión de turno. Siendo honestos, las nuevas versiones de Android no ofrecen nuevas funcionalidades sustanciales a los teléfonos, son cambios más cosméticos que de fondo.
Mi equipo volvió a ser el flagship de hace 3 años. No tendrá las características técnicas de los equipos más nuevos, pero sean honestos: ni Android ni los desarrolladores de software han creado algo que justifique el cambio de teléfono, por más que han intentado volver obsoletos sus viejos buques insignia, no hay aplicación que requiera tal poder. Y sí, por supuesto que al decirlo suena casi obvio, pero no por eso es menos importante.
Saludos a todos.