Recuerdo que fue mi primer terremoto. Vivíamos con mis padres en una casona antigua, de adobe, que se ubicaba en la calle Barros Arana, en San Bernardo. En dicha casa habitaban, de manera independiente tres familias, una de las cuales tenía tres perros Doberman, los cuales, post evento, parecían unos poodles.
Al momento del sismo, yo me encontraba leyendo Papelucho Historiador, mi padre durmiendo siesta y uno de mis hermanos, leyendo alguna otra tontera. La casa tenía una sola habitación, con un cielo bastante alto y bajo el piso de madera, un amplio sotáno; a un costado de la habitación se situaba una puerta de a par, la cual fue la primera en dar señales de lo que venía, abriéndose y cerrándose rápidamente. Mi padre nos toma, nos sitúa bajo otra puerta interior y ahí esperamos mientras comenzaba a descarcararse algunas zonas de las paredes y junto a ello, a caer trozos de adobe.
Para cuando el sismo principal ha finalizado, dimos una revisada por la casa en general y nos comunicamos con las otras familias, que al igual que nosotros, se encontraban en perfecto estado. Luego, fuimos en busca de mi madre, que se encontraba de visita en casa de una amiga, junto a mi hermano menor; en el recorrido, fuimos viendo los daños materiales del terremoto, casas caídas (abundaban las construcciones de adobe en ese entonces), cañerías de agua rotas y pavimento con algunas fisuras importantes. Luego de encontrarnos con mi madre, que se encontraba en estado de histeria, partimos a la casa de otra amiga de mi madre, casa que si bien conservó su frontal, hacia el interior se encontraba en deplorable estado.
Ya en la noche, mi viejo saca las armazones de sus puestos en la feria y procedimos a armarlos en el patio, para luego sacar algunos colchones y frazadas para pasar las noches a la interperie. Fueron 5 noches así, recuerdo que las réplicas no cesaron en el corto tiempo, así que mi viejo decidió volver a dormir a su cama y mi madre, mi hermano menor y yo partimos a casa de una tía, casa que en el papel, era más segura que aquella vieja casa de adobe, pero al final del día, y con cada nueva réplica , la histeria de mi madre volvía.
A estas alturas, no recuerdo el momento que retornarmos a casa, pero sí recuerdo que con cada réplica mi vieja y yo apretábamos cachete hacia el patio, mientras mi padre se quedaba impávido acostado en la cama.